Desorientado por el incesante trabajo citadino llegó a su casa agotado mentalmente. Al llegar sintió que faltaba algo, hacia apenas una semana que se habían peleado y su mujer se había ido a vivir con su Madre.
Sin pensarlo dos veces tomó las llaves de su auto y salió con destino al centro de la ciudad.
La ciudad era pequeña pero de gran ambiente nocturno, ofrecía a jóvenes y a otros no tanto, diversión pura.
Dirigiéndose a una estrecha calle famosa por sus bares y tabernas se detuvo frente a un edificio de aspecto común y grisáceo. Después de estacionar el auto, abrió la puerta de madera pesada y anticuada y subió las escaleras, la puerta de donde terminaban las escaleras del frío y oscuro pasillo que daba a una luminosa alcoba, donde antes solo había una puerta abierta de par en par. Desde la entrada se escuchaban ruidos de una fiesta con ambiente ameno y digno de un viernes de farra.
Al entrar hubo un silencio que se prolongó hasta que él dio las “buenas noches”. Un par de mujeres sentadas en un loveseat rojizo, de terciopelo desgastado por el tiempo, respondieron al unísono con las mismas palabras que él había pronunciado. Él las miró con una sonrisa e inclino la cabeza con actitud reverencial.
La sala era amplia, los muebles estaban viejos pero por alguna razón parecían acogedores, las pareces pintadas de beige con cuadros un tanto bizarros denotaban un gusto excéntrico por el arte moderno y cierto culto a la muerte.
Se podían observar diversas pinturas de demonios rupestres, todos monocromáticos excepto uno.
Antes que pudiese tomar asiento sintió una mirada punzante y al volver la cabeza vio a una mujer de tez muy blanca, labios carnosos y grandes color carmín, cabello suelto y lacio hasta los hombros y un vestido azul marino de flores rojas con blanco que pareciera de otro tiempo, mientras le daba una bocanada a su Galoise, le saludo y le dijo:
–Me da gusto que te hayas decidido a venir –dijo la mujer con voz reacia.
Antes que él pudiera contestar ella añadió:
–Si ella no te hubiera dejado, Habrías venido a verme?
–Lo dudo –respondió él.
Por un momento sintió que todo lo que veía en esa habitación era un delirio de su vertiginosa mente.
–No estoy loco –dijo en voz alta.
–¿Qué te hace pensar en eso? –Le pegunto el hombre que estaba más cerca.
– No, nada. –respondió
– Pero es que, ¿No confías en mí? –dijo.
– No es eso, simplemente no tengo idea porque estoy aquí. Ni como es que llegue…
– Yo te he invitado. –Interrumpió la mujer del vestido floreado. Nos conocimos hace días, ¿Qué acaso no me recuerdas? O ¿Prefieres no hacerlo?
– No es eso, es simplemente que… siento que…
– Las dos mujeres de la entrada interrumpieron casi gritando:
– Esta es la entrada al Averno el sentirte desorientado no es más que una sensación… normal –dijo una.
– Frenética y agobiante –completo la otra.
Al escuchar esto él salió de la sala y luego de la casa, bajo tan rápido como pudo las escaleras y antes de llegar a la puerta vio el rostro de su mujer, ella lo tenía fuertemente abrazado y con desesperación gritaba:
– ¡Despierta! ¿Qué es lo que te pasa? Gritaba casi envuelta en lágrimas.
Él abrió los ojos, los cuales se le llenaron de lagrimas, le agradecido en repetidas ocasiones y añadió.
– No sé queme pasó, pero creo haber estado en la antesala del infierno, había demonios y no entiendo que me pasó.
En un abrir y cerrar de ojos la imagen de su mujer se había transformado en la de la mujer del vestido floreado de la antesala.
Con una sonrisa maquiavélica ella murmuro su nombre al oído.
Al mirarla a los ojos sintió que el tiempo se detenía no escucho más que el eco de su nombre en su mente, cada que se repetía, sentía que no podía más, logró cerrar los ojos. Al hacerlo la mujer comenzó a reír, él los apretó con fuerza. Al abrirlos estaba una vez más en la antesala. A diferencia de hacía unos instantes cuando había huido del lugar, la casa parecía abandonada, solo había luces externas colándose por el ventanal principal que alumbraba una parte de la pared, la casa lucía deshabitada y no estaba amueblada, abundaban las telarañas y los pedazos de cristal roto, había polvo todos lados.
Sin dar crédito de lo que veía, se dirigió como alma que lleva el Diablo a la puerta de la entrada, la puerta vieja de madera estaba cerrada pero sin seguro y pudo salir fácilmente a la calle, se dirigió a su coche y de ahí a su casa en las afueras de la ciudad.
Al llegar le llamó a su mujer, después de una breve discusión ella decidió perdonarle y acepto la propuesta de volver al día siguiente.
Esa noche él no pudo dormir.
Al llegar al trabajo, le preguntaron a que se debía su rostro agobiado, contó la historia de lo sucedió la noche anterior, lo que provoco risas entre sus compañeros del trabajo que incrédulos le recordaron que aquel lugar llevaba medio siglo abandonado.
Sin más, regreso a las cortas labores correspondientes a ese Sábado pensando en la algarabía propiciada por el regreso de su esposa y sin entender todavía lo ocurrido, prefirió olvidarlo todo.
Hay días que todavía se despierta sudando, envuelto en las imágenes que asegura vio aquella noche…