miércoles, 12 de marzo de 2008

Homenaje a "Cobi"



Hace ya varios años, tuve varios pastores collie (de esos famosos por las películas de “Lassie”) pero de aquellos, había uno muy especial. Fue el primero que compré en 1992, recuerdo bien que fue en un criadero especializado en el DF era mi primer perro. Empapado en ilusiones, pensando en todo lo que podríamos vivir juntos, en todo lo que le podía enseñar y todo lo que me podía enseñar a mí. Fue uno más de mis sueños hechos realidad, en esos momentos no imaginamos que pronto sería parte de la familia.
Al cambiarnos a vivir a Guanajuato, mi casa no tenía suficiente espacio para todos así que regalamos sus cachorros y solo nos lo trajimos a él.
Me encantaba salir a la montaña con Cobi, escalábamos juntos y adoraba el aire de montaña, con un brillo majestuoso y de temperamento travieso siempre era objeto de asombro en las calles.
Adoraba morderle las patas al ganado que había en las montañas intentando comer alguna hierba de las erosionadas montañas de aquellos otoños.
Más de una vez nos peleábamos con las pandillas de perros callejeros que como mafias atacaban en manada y nos divertíamos ahuyentando. Soñaba con llevarlo al mar y verlos retozar entre las olas.
Recuerdo sus ladridos, sus ojos nobles y su fuerza, su cabello esponjado y que nunca fue capaz de morder a ningún ser humano.
Tenía una condición física de galgo de carreras y corría con la lengua de fuera, tan rápido como el viento. Tampoco era capaz de verte triste y si llorabas atacaba tu cara con su suave lengua rosada.
En ese tiempo pensaba que si hubiera sido humano, sería con certeza hiperactivo.
Aunque por lo general era obediente, tenía el insaciable gusto de escaparse de su mundo conocido de vez en cuando y regresar cuando le viniera en gana.
Aunque no siempre le era posible, porque más de una vez se lo robaron y por azares del destino, siempre se las ingenió para escapar y regresar a nuestro lado, siempre más delgado, sucio y hasta con collares con otro nombre lo llegamos a recuperar.
La vicisitud de su vida lo hacía más querido y tuvo descendencia con otra hermosa collie. Sus cachorros eran preciosos y esponjados.
Ya en Guanajuato mi casa, dada a la orografía de la ciudad, da hacía atrás hacia la vil montaña y un día que desatinadamente subió a la azotea para ladrarle a algo, resbaló y calló hacia la montaña.
Cuando llegamos no sabíamos porque estaba Cobi corriendo por la calle feliz de la vida.
Cuando lo vi de cerca percibí que tenía sangre en el hocico, así que inmediatamente pensamos que había subido a la azotea... y ¿Acaso se había caído? ¿Podría alguien sobrevivir a caer de semejante altura?
Entramos a mi casa y por última vez brinco en todos los sillones, tiro el centro de mesa de la sala y dejo pelo por doquier. Mi madre lo regaño como siempre y noté que volvía a sangrar, les informe inmediatamente a mis padres, así que rápidamente le hablamos al Veterinario y salimos hacía su consultorio.
Recuerdo que el sol se ponía en el horizonte y que mi perro se sentía cada vez peor, gimiendo y sangrando por el hocico me miraba desconcertado. Pensando lo peor, solo le pude decir que no tuviera miedo, que yo estaba con él y que siempre estaría a su lado. Con lágrimas en los ojos pensé que tal vez sería la última vez que lo vería. Temblando le informaba su estado a mi Madre, que estaba sentada en el asiento de enfrente y conducía con premura, estiré mis brazos y lo tomé de las patas delanteras, lo jalé hacia mí, sentía como su corazón latía agitado, me miro y suspiro, pude ver en su mirada como me agradecía y se despedía de mi, con sus ojos negros aperlados.
Antes de que cayera la noche y a un par de kilómetros del consultorio, se escucho su último estertor… Cobi mi Collie de seis años de edad, había muerto en mi brazos.
Conmocionado por la escena que vivía, recordé todos los momentos maravillosos que compartimos juntos, gemía inconsolable mientras lo abrazaba a mi pecho.
El Veterinario confirmó la noticia, al caer había tenido derrames internos que habían colapsado su cuerpo.
Con las manos cubriéndome la cara lloré desconsolado por días, recuerdo que escribí una carta con la fecha, le pegue una foto que tenía con él y supe que mi vida sería diferente desde ese día.
Al día siguiente no quise ir a la escuela y no llegué, no hice un examen “Solo era un perro” me dijo la maestra, no es justificable tu falta. 

Diez años después encontré la foto y la volví a guardar, se me escaparon otra vez las lágrimas, se que algún día nos volveremos a encontrar...