Al pasar por una famosa tienda departamental en una ciudad vecina. Ahí había una aglomeración comprensible de gente en todos y cada uno de los departamentos, sí lo sé es Diciembre…
Me dirigí a buscar una fragancia que me es muy especial. Ese perfume me recuerda una época de ilusión, que llego después de una breve pero seria serie –vaya la redundancia– de desilusiones un tanto provocadas un poco premeditadas. Este perfume me recuerda también a una mujer a un momento y a un lugar específico.
Me recuerda mis errores mis debilidades y mis aciertos. Me recuerda sus besos, su piel, su mirada, su olor, mezcla perfecta de ingredientes volátiles, inflamables que al añadirse los míos se tornaban en incandescencia pura.
Me tortura olerla y todavía disfrutarla, me tortura recordar ese sentimiento. Me fascina la idea de llenarme de ese olor otra vez. Me embriaga el corazón con ideas utópicas de un amor irreal e inconcluso. Pero al final, me da un poco de esa esperanza que como se dice –es la que muere al último–.