Parecía una simple noche cálida de Abril. Los dos jurábamos que en alguna etapa de nuestras vidas ya nos habíamos encontrado, aunque sin saber ni como o cuando… a mis adentros creía imposible haber podido olvidar esos ojos llenos de ternura y honestidad, pardos a la luz de la luna llena que entraba por el ventanal del cuarto donde abrazados bailábamos lentamente.
Detrás de nosotros y sobre la mesa había un ramo de flores que horas antes le había regalado y que ahora gozaba fresco y colorido dentro de un improvisado florero. Las flores, celosas de su hermosura impecable, observaban con añoranza y desdicha nuestra alegría interminable, casi las sentía suspirar indignadas.
Bajo la luna me contabas tus sueños y mientras te veía a los ojos, susurrabas lo feliz que te hacía mi compañía. Mi rostro alegre esbozaba una sonrisa tan honesta que resultaba inocultable, majestuosa y vivaz. La música de fondo era tranquila y sin dejar de bailar con tus brazos alrededor de mi cuello, nos besábamos sin prisa.
La parcial oscuridad mitigaba cualquier sensación ajena al olor de tu piel y el calor de tu cuerpo. Ambos, se movían al unísono, al compás de la música que le daba el toque perfecto a la noche, una noche cálida y tranquila.
Al mirar la luna en todo su esplendor solo me restaba gozar el momento y pensar que nunca se terminaría esa canción.