La mayoría de los que estamos en éste planeta al superar las dos décadas de vida, sentimos con más fuerza y cotidianeidad, como las decisiones que tomamos hoy, repercuten en nuestro futuro de manera infame, desfachatada y deliberada.
Hoy siento que debo de regresar a aquel lugar que me hará evolucionar, siento también una utópica ansiedad de pensar que llegando a ese lugar, todo cambiará…con ésta idea me fui a dormir toda la semana, es algo cíclico.
Han pasado 8 años y hay días que añoro volver con tal fuerza, que la idea de lograrlo es capaz de enturbiar mi mejor día.
Era un día soleado, acostado en una cama matrimonial me acurrucaba maltrecho entre un montón de almohadas. El sol entraba por la ventana de aquella habitación con decoración típica de un cuarto de visitas, donde los colores, las fotografías y el ambiente son una mezcla latente de la familia entera. En un par de segundos podías pasar por 3 generaciones plasmadas en las fotografías y en el closet se podía ver fácilmente que había ropa de esa que nadie usa o de la que algún miembro de la familia olvidó.
Desperté con el sol en la cara, se colaba levemente por las persianas color beige de la única ventana que daba a la terraza de la alcoba principal.
Con ilusión pensé en comenzar un día más en un país desconocido, con un idioma en el que aún me costaba trabajo comunicarme con facilidad, compartiendo el desayuno con personas que nunca pensé conocer.
Después de una ducha y tomar un café. Esperaba con ansia que mi entonces mejor amiga tocara al timbre. Al escucharla, me despedí rápidamente y apresuré el paso a la entrada de la casa. Al verle la salude con tres besos alternados en las mejillas, una de las primeras costumbres que había aprendido gustoso.
Al llegar a la escuela, todavía con un frío que no había pensado encontrar en esas latitudes, me dirigí a la puerta de la escuela. Recibí el saludo de los prefectos y al subir la escalera a mi salón de clases, estaba ella. -¿Quién será?- Pensé inmediatamente.
No pude dejar de ver sus ojos verdes, sentí como a la par de que mi rostro se ruborizaba mi corazón comenzaba a latir con mayor rapidez, ella, con una sonrisa delicada en su rostro, se dirigía hacia mí.
Con una voz dulce pero firme me dijo: -Hola, Mexicano.- y comenzó el ritual de los tres besos, apabullado de tanta espontaneidad y de haber sido reconocido por ella. No pude pensar. Mi mente se nublo mi lengua se hizo un nudo. Tampoco pronunciar palabra. Solo sonreí lleno de ilusiones y con infinitas ganas de saber su nombre.
Ella sonrió con ternura, su cabello se suspendía en el aire como en cámara lenta mientras mi mente tomaba una fotografía (de esas que guardas cerquita de tu corazón) y siguió su camino al aula que se encontraba detrás de mí, la seguí con la mirada. Con la ilusión de pronto saber su nombre.
Horas después en uno de los recesos de 15 minutos, al salir al patio la encontré con un grupo de amigas, sin pensarlo dos veces me dirigí a ella y le pregunte su nombre. “Suzanne” se llamaba.
Me sentía tan feliz. Al hablar con ella sentía que el mundo dejaba de girar, su perfume me transportaba a otra dimensión, su mirada me derretía, su sonrisa dejaba entrever su alma.
Al sonar la chicharra de la escuela quede confundido sentía que todo lo que había visto se esfumaba de a poco.
Abrí los ojos, el despertador sonaba… no había Suzanne, no existía su perfume, su mirada era una vez más, una creación de mi mente.
En aquel instante sentía que todavía podía olerlo, casi la veía en frente de mí.
-¿Porqué no la había besado?-, pensaba una y otra vez mientras me levantaba de la cama.
Sentí unas ganas terribles de regresar a la cama de terminar el sueño de recrear ese momento una vez más. De regresar a ese lugar tan sagrado para mí, a ese momento que íntegramente había creado mi tortuoso ser.
Hay cosas que mi mente sabe que son imposibles de olvidar y en los sueños se transporta a aquel momento una y otra vez.
Hoy siento que debo de regresar a aquel lugar que me hará evolucionar, siento también una utópica ansiedad de pensar que llegando a ese lugar, todo cambiará…con ésta idea me fui a dormir toda la semana, es algo cíclico.
Han pasado 8 años y hay días que añoro volver con tal fuerza, que la idea de lograrlo es capaz de enturbiar mi mejor día.
Era un día soleado, acostado en una cama matrimonial me acurrucaba maltrecho entre un montón de almohadas. El sol entraba por la ventana de aquella habitación con decoración típica de un cuarto de visitas, donde los colores, las fotografías y el ambiente son una mezcla latente de la familia entera. En un par de segundos podías pasar por 3 generaciones plasmadas en las fotografías y en el closet se podía ver fácilmente que había ropa de esa que nadie usa o de la que algún miembro de la familia olvidó.
Desperté con el sol en la cara, se colaba levemente por las persianas color beige de la única ventana que daba a la terraza de la alcoba principal.
Con ilusión pensé en comenzar un día más en un país desconocido, con un idioma en el que aún me costaba trabajo comunicarme con facilidad, compartiendo el desayuno con personas que nunca pensé conocer.
Después de una ducha y tomar un café. Esperaba con ansia que mi entonces mejor amiga tocara al timbre. Al escucharla, me despedí rápidamente y apresuré el paso a la entrada de la casa. Al verle la salude con tres besos alternados en las mejillas, una de las primeras costumbres que había aprendido gustoso.
Al llegar a la escuela, todavía con un frío que no había pensado encontrar en esas latitudes, me dirigí a la puerta de la escuela. Recibí el saludo de los prefectos y al subir la escalera a mi salón de clases, estaba ella. -¿Quién será?- Pensé inmediatamente.
No pude dejar de ver sus ojos verdes, sentí como a la par de que mi rostro se ruborizaba mi corazón comenzaba a latir con mayor rapidez, ella, con una sonrisa delicada en su rostro, se dirigía hacia mí.
Con una voz dulce pero firme me dijo: -Hola, Mexicano.- y comenzó el ritual de los tres besos, apabullado de tanta espontaneidad y de haber sido reconocido por ella. No pude pensar. Mi mente se nublo mi lengua se hizo un nudo. Tampoco pronunciar palabra. Solo sonreí lleno de ilusiones y con infinitas ganas de saber su nombre.
Ella sonrió con ternura, su cabello se suspendía en el aire como en cámara lenta mientras mi mente tomaba una fotografía (de esas que guardas cerquita de tu corazón) y siguió su camino al aula que se encontraba detrás de mí, la seguí con la mirada. Con la ilusión de pronto saber su nombre.
Horas después en uno de los recesos de 15 minutos, al salir al patio la encontré con un grupo de amigas, sin pensarlo dos veces me dirigí a ella y le pregunte su nombre. “Suzanne” se llamaba.
Me sentía tan feliz. Al hablar con ella sentía que el mundo dejaba de girar, su perfume me transportaba a otra dimensión, su mirada me derretía, su sonrisa dejaba entrever su alma.
Al sonar la chicharra de la escuela quede confundido sentía que todo lo que había visto se esfumaba de a poco.
Abrí los ojos, el despertador sonaba… no había Suzanne, no existía su perfume, su mirada era una vez más, una creación de mi mente.
En aquel instante sentía que todavía podía olerlo, casi la veía en frente de mí.
-¿Porqué no la había besado?-, pensaba una y otra vez mientras me levantaba de la cama.
Sentí unas ganas terribles de regresar a la cama de terminar el sueño de recrear ese momento una vez más. De regresar a ese lugar tan sagrado para mí, a ese momento que íntegramente había creado mi tortuoso ser.
Hay cosas que mi mente sabe que son imposibles de olvidar y en los sueños se transporta a aquel momento una y otra vez.
“Morrendo de saudade eu sempre penso em você.”