Había una vez un hombre que siempre había soñado con volar, volar alto, libre.
Frustrado, apresado en la oficina, en la rutina diaria y en el tráfico de la ciudad aquel hombre comprendió, que nunca en esta vida podría como aquella ave volar.
Injuriado por los celos y enfurecido por la impotencia de realizar sus sueños, decidió atrapar un ave y enjaularle, en una jaula pequeñita donde le fuese imposible volar.
El ave con la esperanza y premura de pronto regresar a surcar los cielos que sin límites alguna vez cruzara. En su canto su esperanza resguardó.
Todos los días desde su diminuta jaula cantaba sin cesar con la esperanza de regresar a volar.
Al llegar a su casa desconsolado y con el ofuscamiento del día, se vio sorprendido por el maravilloso canto de su prisionera, aquel trino le devolvió la esperanza que había perdido.
–Tal vez, si siguiera el ejemplo de las aves, cantando, desapareciese mi tristeza y frustración, me sentiría libre de los males que aquejan mi corazón. – concluyó.
Liberó al ave, pensando que había aprendido la lección, que el ave tenía la razón.
Que la esperanza nacida del canto desaparece hasta la peor sensación.
