Era otros de esos días de sombra bajo el sol, en los cuales solo se me ocurría dormir todo el invierno y despertar en otro planeta, lejano de mis circunstancias, eran días soleados y aunque el sol se veía radiante no calentaba, apenas se sentía, como si fuera falso, como si estuviera pintado en acuarela, ante ese cielo azul perfecto donde ni una nube se le atravesaba.
Había una brisa afelpada y marina con olor a lágrimas de sirena y entre lo verde de los árboles que bajan desde las nevadas montañas cerca de la playa, las olas dibujaban formas imposibles en la arena que se reconstruían infinitas con cada oleaje, cada vez.
Entre los cafetales estaba una princesa con el cabello negro casi cenizo el cual levitaba suavemente con la brisa, sonriente, silbaba alegremente mientras recolectabas los granos maduros de café color cereza y algunos mangos anaranjados para el desayuno.
Al verla sentí un olor a canela y nuez y súbitamente algo me arrastro hacía ella, así nuestras miradas se cruzaron y en ese momento el cielo se obscureció cargado de lluvia, rayos y centellas.
Los cafetales, la brisa, el sol, las montañas y todo a su alrededor no tenían ya sentido, mientras tanto una templada lluvia comenzó a caer, el tiempo temeroso de avanzar se paralizo unos instantes, apenas fue suficiente para capturar una pizca de esa inolvidable mirada en mi corazón, con la fuerte lluvia me fui deslavando… hasta desaparecer entre la arena y mezclarme con la espuma de las olas, esperanzado en que mi recuerdo como el suyo, quedase plasmado en su hermoso ser que boquiabierto y bajo la lluvia se quedaba en tierra firme perdido entre los cafetales, la arena y la brisa…tan cerca y tan lejos de mi reino.