martes, 4 de enero de 2011

Dejarse fluir...




Ella era la más hermosa de las olas, curvas perfectas, de refinado color turquesa y espuma blanca como la arena que al sol brillaba en el océano como diamantina...

Temerosa nunca jugaba con las otras olas a la orilla del mar, ya que alguna vez y durante años lo intentó y cansada de estrellarse una y mil veces en contra de las rocas de aquel impasible acantilado, revolcada, salina y burbujeante se retiro mar adentro y juro no volver a la orilla jamás.

Fue un día casi común, cuando un pescador la encontró, ahí alejada de la playa confinada a un sueño eterno donde dormía plácida y sonriente.

Él le lleno de enjundia, y así renacieron en la hermosa ola aquellas ganas de volver a la orilla y dejarse fluir, dejar que el poder de la mar empujase de nuevo su efervescencia perfecta, sus inmaculadas curvas volvieron a reventar la arena de la playa, majestuosa y colosal, frenética e impecable, incansable...

Sin prisa el pescador la observaba delirante sin ganas de apartarse nunca de aquella orilla donde la ola se paseaba de día con brillantez y de noche con resplandores plateados de profundidad infinita.

Pasó el tiempo y lentamente la ola se transformó en Sirena y así al fin acompañó al pescador en sus aventuras bajo la luna llena a mar abierto...

Finalmente llego el momento donde ambos decidieron dejar la playa y perderse en el horizonte que sumerge a los 7 mares, nunca nadie volvió a ver al pescador, pero su risa y la de la Sirena acompañan a los barcos perdidos en alta mar, desde la alborada, al ocaso...