jueves, 13 de enero de 2011

El triunfo del amor.




Ella estaba ahí, sola, esperando… sentada en una banca de la Estación Esperanza recién se había bajando de un tren al que se negaba dejar, y aunque había ya partido no quería reconocerlo, seguía empeñada en usar un boleto que ya no tenía valor. Por otro lado, sentía que esa estación sería la correcta -¿cómo?- intuición femenina.
Él recién llegaba a esa estación, venía a bordo de un tren sin frenos que por pena de los dioses no se había estrellado unas cuantas millas antes. Bajó del tren y lo primero que pensó fue en respirar, en aclarar su mente y su corazón, en reconocer que cuando él compró el boleto de aquel tren no podría haber sabido de su estado, por lo que no le restó más que sentarse a meditar en la misma estación.


Al llegar el tren de la Oportunidad, sin pensarlo dos veces ambos compraron el boleto cada quien por su parte, sin saber que metros adelante por fin se conocerían.
Su primera visión fue inolvidable: ella vestida de conductora de tren, sonriendo, honesta y feliz, formada en la fila del tren que cambiaría sus vidas; él sin reparar en nada más, inmediatamente se dio cuenta de quién era ella: no era sólo una conductora de otro tren, era el amor de su vida.



Tardó unos cuantos segundos en recobrar el aliento, nunca sabrá cómo lo supo, sólo que podría matar y hacer todo lo posible por nunca dejarla ir.
Ella en cambio dudó unos minutos, recordó los grandes momentos y el largo viaje que había transcurrido para llegar ahí y recordó que gracias a eso se había convertido en lo que era ahora, y que sin un antes, no había un después…
Y luego se besaron, mientras a ella se le encharcaban las pupilas y a él se le incendiaba la mirada.
Con la fuerza de un choque de trenes y casi en cámara lenta, suave y sin prisas se decidieron amar. Sin más, se propusieron no dejarse ir y ser felices; reír, compartir y como la mejor de las máquinas y el mejor de los vagones, no detenerse nunca.

martes, 4 de enero de 2011

Dejarse fluir...




Ella era la más hermosa de las olas, curvas perfectas, de refinado color turquesa y espuma blanca como la arena que al sol brillaba en el océano como diamantina...

Temerosa nunca jugaba con las otras olas a la orilla del mar, ya que alguna vez y durante años lo intentó y cansada de estrellarse una y mil veces en contra de las rocas de aquel impasible acantilado, revolcada, salina y burbujeante se retiro mar adentro y juro no volver a la orilla jamás.

Fue un día casi común, cuando un pescador la encontró, ahí alejada de la playa confinada a un sueño eterno donde dormía plácida y sonriente.

Él le lleno de enjundia, y así renacieron en la hermosa ola aquellas ganas de volver a la orilla y dejarse fluir, dejar que el poder de la mar empujase de nuevo su efervescencia perfecta, sus inmaculadas curvas volvieron a reventar la arena de la playa, majestuosa y colosal, frenética e impecable, incansable...

Sin prisa el pescador la observaba delirante sin ganas de apartarse nunca de aquella orilla donde la ola se paseaba de día con brillantez y de noche con resplandores plateados de profundidad infinita.

Pasó el tiempo y lentamente la ola se transformó en Sirena y así al fin acompañó al pescador en sus aventuras bajo la luna llena a mar abierto...

Finalmente llego el momento donde ambos decidieron dejar la playa y perderse en el horizonte que sumerge a los 7 mares, nunca nadie volvió a ver al pescador, pero su risa y la de la Sirena acompañan a los barcos perdidos en alta mar, desde la alborada, al ocaso...